Mucho más Abundante



Era viernes, 4 de noviembre de 1994. Con los primeros rayos del sol y en el más profundo estado de conmoción, caminaba lentamente por la calle desierta. Por primera vez sentía soledad, soledad del alma. Acaba de dejar el hospital con el cuerpo extinto de mi primer amor. Tras 24 horas de intensa agonía, en tierra ajena, sin familia, sin amigos, el adolescente motivo de mi ilusión fue derrotado por la leucemia. No había familia cerca; habíamos viajado a un evento cristiano. Él se fue, y yo, o lo que quedaba de mi corazón, estaba destruido. Durante 13 meses habíamos soñado con nuestro futuro como esposos. Éramos muy jóvenes pero sabíamos que queríamos servir al Señor juntos en nuestro país, Ecuador. Todos decían que estábamos hechos el uno para el otro.


Unas semanas antes, en uno de los muchos clamores de mi alma por la vida de mi amado, había leído con gran alivio el Salmo 118 y había atesorado el versículo 17 como promesa: «No moriré, sino que viviré, y contaré las obras de JAH». Creía que Dios me estaba diciendo que mi novio sobreviviría a la leucemia, y confiaba. Había aprendido desde niña que Dios cumple Sus promesas. Pero esa mañana de viernes, mi mundo estaba trastornado, mi alma vacía; no pensaba, no sentía, no tenía esperanza. Sentía la muerte en el alma. ¿Qué pasó? ¿Por qué el Señor no lo salvó de la muerte? ¿Dónde estaba Dios? ¿Quién era Dios? Tenía solo 16 años, ¿por qué el Señor me arrancaba de las manos la ilusión? ¿Qué pasó con la promesa de que sobreviviría? Dios no cumplió Su Palabra, me había fallado. Se levantó en mí un resentimiento hacia Dios.

Por algunos años, caminé con dolor y amargura. Seguía participando y sirviendo en la iglesia, pero vivía en continua depresión y anhelando la muerte. Cuestionaba a Dios con el Salmo 118:17. No entendía que aquella promesa de vida era para mí misma. Mientras tanto, Dios continuaba con Su plan infinito de amor para mi vida. Sus pensamientos para esta hija suya eran «pensamientos de paz, y no de mal…» (Jer. 29:11). Se mantenía fiel aunque yo no lo notaba.

Fue un proceso largo de restauración. Dios usó diversas personas y circunstancias para llevarme a comprender que Él quería que yo viviera de verdad. Nunca dejé de servirle pero ahora lo hacía con paz y alegría. Entendí que Él tiene planes infinitos que no alcanzamos a comprender, y que la muerte de mi primer amor era parte de ese plan para mi vida. Con este evento triste y en todo el proceso, se glorificó en mí para testimonio a otros. Pasé un largo tiempo de duelo interno y oscuridad pero finalmente volví a ver la luz.

La fidelidad de Dios es incomparable. Efesios 3:20 se hizo una realidad en mi vida: «Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros…». Dios fue fiel no solo en aquello de que no vería la muerte y viviría para contar Sus obras, fue más abundante de lo que yo me hubiese imaginado.

Con aquel primer amor, soñé con una familia. Ahora tengo un esposo amoroso y fiel, que ha caminado conmigo por ocho años, y dos hijas preciosas. Sí, una familia bendecida. Mi primer amor y yo queríamos servir al Señor en nuestro país. Junto a mi esposo y mis hijas, el Señor me ha llevado más allá de las fronteras ecuatorianas. Incluso cruzamos el océano para Su servicio. Ahora mismo estamos sirviendo fuera de nuestro contexto, en un proceso intensivo de preparación académica para la siguiente etapa. ¿Y qué vendrá? No lo sé, pero ciertamente es algo mucho más grande. ¿Que Dios no es fiel? Yo soy la prueba viviente de que Él se deleita en cumplir Sus palabras y va aun más allá.

Quizá ahora mismo tú estás viviendo el duelo de una pérdida, de cualquier tipo, y te preguntas: ¿Dónde está Dios? Él está allí y no dejará Sus promesas vacías; las va a cumplir y «mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos». Tal vez estas palabras te suenan lejanas e irreales, pero son verdad.

Vuelvo ahora en mi mente a ese amanecer del 4 de noviembre y veo a la adolescente de 16 años. La calle está desierta pero ella no va sola. Puedo ver los dulces brazos del Padre, rodeando su alma. Aquel viernes yo no estaba sola. El Dios fiel caminaba conmigo.


autora; por Marithza Andagoya


Share this:

JOIN CONVERSATION

    Blogger Comment

0 comentarios:

Publicar un comentario

♥ Dios te Bendiga, gracias por leer mi entrada,espero te haya gustado y estaré muy agradecida si compartes tu comentario conmigo, un abrazo en el amor de Jesús ♥