Una relación protegida


«Que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos ... a ser cuidadosas de su casa...» (Tito 2:4-5).

¡Qué profundidad hay en las enseñanzas de Pablo a Tito! ¡Cuántas riquezas atesoran esas pocas palabras! Repasemos: Amar a mi esposo... (¡si yo me casé enamorada y para toda la vida!). Amar a mis hijos... (¡si llegaron siendo esperados y bienvenidos!) Ser cuidadosa de mi casa… No logro comprender. ¿No es Dios el que cuida de mi casa, de mi matrimonio y de nuestros hijos…?


El ministerio de puertas para adentro

No es un ministerio muy divulgado ni conocido. Tampoco es fácil de desarrollar, pero es el más eficiente para proteger la relación matrimonial, fortalecer la pareja y aumentar el caudal de felicidad.

El matrimonio es creación de Dios. Antes de fundar la iglesia, antes de elegir al pueblo de Israel, él unió a Adán y Eva, y los bendijo, los llenó de bienestar y de toda clase de sustento. Por lo tanto, Dios es el primer interesado en nuestro matrimonio y Él nos provee de todas las herramientas necesarias.

Sin embargo, Dios no hace nada que nos corresponda hacer a nosotras. Es un error muy común pensar que si yo me ocupo de «las cosas de Dios», Él se encargará de cuidar mi matrimonio, mis hijos y todo lo demás. Sí, Dios cuida de todas las cosas, pero si permite que nos casemos, si nos da hijos y un hogar, quiere que seamos mujeres responsables, que aprendamos a amar a nuestros maridos, a nuestros hijos y a cuidar del hogar. Es importante recordar este otro principio bíblico: «Como siembras, cosechas … y cosechas lo que siembras» (Gál. 6:7-10).

Para que este ministerio de puertas para adentro sea efectivo, es necesario que lo valoremos muchísimo y lo ejercitemos con perseverancia. No debemos esperar resultados inmediatos ni espectaculares aunque nos demandará esfuerzos a veces más allá del límite de nuestras fuerzas. Pero ¡tengamos ánimo!, los resultados son provechosos y duraderos.

Hay personas que dan su vida de una vez y para siempre en un acto de arrojo y valentía. Y hay mujeres que entregan su sangre gota a gota, paso a paso, junto a sus esposos o solas, para edificar familias que puedan hacer frente a los huracanes de la vida y de este mundo. De eso se trata precisamente el ministerio de puertas para adentro, porque nadie más que Dios se entera de los sacrificios realizados; de las rodillas dobladas en oración; de las abundantes lágrimas derramadas y enjugadas; de los kilos de comida preparada con amor para propios y extraños; de las pilas de ropa lavada y planchada; de las horas de charlas y debates de toda clase para corregir actitudes incorrectas, para aconsejar, para enseñar, para ayudar a crecer, para estimular; de sacar fuerzas de «no sé dónde» para sentarse a escuchar confesiones, preguntas, alegrías y preocupaciones.

Es un gran desafío, una entrega total día a día.

Si bien no podemos hablar de fórmulas mágicas para proteger la relación matrimonial, sí podemos poner en práctica, al menos, tres cosas que no fallan:

Sostener en oración

Una esposa que desea ser victoriosa en su matrimonio debe orar por el esposo que Dios le dio, llevarlo al trono de la gracia todos los días; ser su ferviente intercesora y admiradora. Sólo así aprenderemos a amarlo más, a conocerlo mejor y a ser su complemento ideal. Pues para eso fuimos creadas por Dios: para ser complemento y no competencia.

Debemos regar con oración nuestro matrimonio, a fin de protegerlo no sólo de acechanzas externas abundantes y variadas, sino de las internas, las del corazón y la mente, que son las más traicioneras y engañosas. «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jer. 17:9).

Respetar el orden bíblico

Dios inventó la familia y le dio un orden, es decir, estableció el lugar justo que cada integrante debe ocupar para que todos se desarrollen bien, sin frustraciones.

Efesios 5:21−6:4 nos da un panorama claro al respecto. El siguiente esquema presenta en forma simplificada el orden bíblico establecido por Dios para la familia:

1° Dios Padre, cabeza de Cristo (1 Cor. 11:3)

2° Cristo, cabeza de la Iglesia (Ef. 5:23)

3° Cristo, cabeza del varón (1 Cor. 11:3)

4° El varón, cabeza de la mujer (Ef. 5:23; 1 Cor. 11:3)

5° Los hijos, en sujeción a sus padres (Ef. 6:1-2)

En primer lugar, el deber fundamental de todo miembro de la familia es el respeto a Cristo. Es en ese respeto o temor reverente que nos sometemos unos a otros, es decir, nos amamos, nos respetamos, nos aceptamos, nos servimos.

En cuanto a los maridos, el Señor les manda con bastante insistencia a amar a la esposa con un amor sacrificial. Ese amor, entre otros aspectos, apunta a cuidar y sustentar.

Ahora bien, ¿qué lugar nos toca a las mujeres? El pasaje nos brinda una clave fundamental para proteger nuestra relación matrimonial: sujeción a nuestro marido en todo, como al Señor (Ef. 5:22-24).

¿Qué clase de sujeción es la que nos pide el Señor? ¿Significa eso que tengo que someterme a todos sus caprichos y sus gustos; obedecer todas sus órdenes sin mediar palabra, sin que cuente mi opinión ni mis deseos? La Palabra dice: «como al Señor». Dios nos enseña que debemos sujetarnos a Él; entonces y sólo entonces podemos tomar conciencia y la adecuada perspectiva de lo que es la sujeción en el matrimonio. Según el pasaje, la síntesis de esta sujeción es el respeto al marido (Ef. 5:33).

Esto suena muy bien cuando mi marido está de buen humor, es cordial y no hay serios problemas en el horizonte; pero qué hacer cuando hay días difíciles, en los que parece que todo sale mal y se manifiesta un malestar imposible de definir. Bueno, allí seamos comprensivas, oyentes silenciosas, paño de lágrimas, aceite que suaviza, delicadas como algodón, con palabras que devuelvan la paz al hogar.

Hay mujeres que son sumisas por naturaleza y hay mujeres sumamente independientes, liberales y rebeldes, a las cuales les cuesta ser obedientes al mandato bíblico. La vida cristiana es un proceso que lleva tiempo, esfuerzo y oración. El amor entre cónyuges que honra a Dios es el amor sacrificial.

No descuidar el deleite sexual

Por último y no por eso menos importante (sino todo lo contrario): Seamos para nuestro esposo la mujer más apasionada, más romántica, más enamorada, más colaboradora, ¡para que desee volver a casa cuanto antes luego de sus obligaciones!

El deleite sexual dentro del matrimonio protege la relación matrimonial. «Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio» (Ef. 5:31-32). La comprensión mutua en lo sexual, en lo emocional, en lo intelectual, los funde en uno.

Este proceso −con dos personas provenientes de distintos trasfondos, con distintos hábitos y costumbres, diferentes culturas e incluso nacionalidades− lo hace Dios mediante la intervención del Espíritu Santo en cada una de las partes.

El matrimonio que desarrolla una vida sexual saludable preservará su relación matrimonial por largos años. «El hombre saciado desprecia el panal de miel; pero al hambriento todo lo amargo es dulce» (Prov. 27:7).

Dios se alegra al ver a sus hijos gozar del sexo dentro del matrimonio, ya que Él es quien lo creó, para disfrutar y procrear. ¡Un matrimonio pleno es una familia feliz!

Como mujeres, aprovechemos esta oportunidad que Dios nos da para formar familias fuertes que influyan en su entorno y sean agentes de transformación de la sociedad en la cual nos toca vivir. Y no nos engañemos, el diablo es muy astuto. Si logra hacernos creer que, porque somos esposa de pastor o líder, o porque vamos regularmente a la iglesia y desarrollamos un ministerio exitoso, nuestro matrimonio está exento de todo peligro, seremos la presa más fácil de sus artimañas. Levantemos murallas protectoras en torno a nuestro matrimonio y nuestra familia. Construyamos con fe, apoyadas en la Palabra de Dios cada día, sobre la Roca eterna que es Cristo.

por Adriana Proietti


Espero que esta palabra amada haya sido de ayuda y estimulo para ti, que procures con la ayuda de el Señor ser una mujer sabia y edificadora de tu hogar. MALPDJ





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